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¿Por qué tienes miedo? (Mt 4, 35-41)

¿Cuántos de nosotros no vemos bloqueado o paralizado algún aspecto de nuestras vidas debido a los miedos y temores? ¿Qué es el miedo? ¿Por qué dejamos muchas veces que tome posesión de nuestras vidas y nos quite libertad? 

Según la RAE, el miedo  es ”angustia por un riesgo o daño real o imaginario” o ”recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea”. A nivel psicológico, el miedo se origina en el sistema límbico, que se encuentra justo debajo de la corteza cerebral, responde a nuestro cerebro reptiliano o primitivo. Si nos ponemos a pensar, a nivel reacción, el miedo puede ser algo positivo pues nos previene ante el peligro y nos permite actuar en consecuencia, es necesario pues nos permite sobrevivir en este mundo. Por ejemplo, lo esperado que es que nos dé miedo un animal peligroso y nos alejemos, una acción temeraria y tomemos nuestras precauciones, es decir, cuando corresponde a la primera parte de la definición “por un riesgo o daño real.” El problema está cuando esos riesgos o daños son imaginarios o desproporcionados, o bien,  por las expectativas que tenemos de una persona o situación basándonos en nuestras experiencia dolorosas y heridas. 

Normalmente nuestros más grandes temores tienen que ver con nuestras heridas. Es verdad que hay miedos a las arañas, a los pájaros, a la oscuridad, y pueden tener relación con alguna experiencia negativa y debemos buscar superarlos, pero tal vez no afecten trascendentalmente nuestra vida, como otros temores más profundos. En mi caso, tengo un miedo algo irracional a los alacranes, un miedo aprendido de mi abuela que creció en tierra caliente y tenía mucho miedo a estos animales. Aunque he tenido alguna experiencia desagradable con estos animales, no ha tenido gran importancia en mi vida y finalmente, ninguno me ha picado; sin embargo, otros temores sí han afectado mi vida y me han quitado libertad: el miedo al conflicto, al qué dirán, a quedar mal con la autoridad, etc. Miedos que he tenido que explorar para ver de dónde vienen, qué quiero hacer con ellos y cómo superarlos, o al menos, encontrar motivaciones fuertes que me hagan vencerlos. 

En lo personal, me confronta la cita de San Juan: “en el amor no hay temor” ” (1Jn 4, 18).  Normalmente descubro que, para vencer el temor, requiero mucho más amor. Me duele profundamente cuando por temor, no me acerco a alguien que amo y dejo pasar un momento para solucionar un conflicto, para sincerarme o para hacer una corrección de modo fraterno. En el fondo, descubro que, cuando el amor es más grande o lo alimento, encuentro la fuerza para enfrentar la situación. 

El Señor nos invita a superar nuestros miedos con la fe, la esperanza y el amor, con la confianza en su poder y en su misericordia. Es impresionante pensar que en las Sagradas Escrituras se repite cerca de 365 veces la expresión “no temas”, en verdad el Señor está empeñado en decirnos que el amor, la misericordia, la fe y la confianza pueden más que el temor. 

Hace poco, en comunidad, reflexionamos el texto de la tempestad calmada por Jesús después de que los apóstoles le reclaman el dormir mientras ellos eran presas del miedo. Este “¡no tengan miedo!” Es u una invitación que se repite tantas veces. Herni Nouwen nos da algunos ejemplos: el ángel al anunciar a María que concebiría y daría a luz a Jesús, los ángeles al anunciar su nacimiento, Jesús a sus discípulos cuando calma la tempestad,  Jesús a las mujeres que se acercaron a la tumba y vieron que la piedra del sepulcro había sido movida, en las apariciones de Jesús resucitado:

 ¡Ánimo, soy yo! ¡No tengan miedo!” (Mt28, 10). Dios nos invita a pasar del temor al amor, de la esclavitud a la libertad. Muchas veces nos cuesta mucho esto porque vemos las dificultades de la vida y nuestra debilidad, vemos “la imposibilidad de las tareas, la altura de las murallas, el poder de las olas, la fuerza de los vientos y el bramido de la tormenta. Nosotros insistimos “Sí, sí…pero mira.”

Jesús no se cansa de repetirnos que confiando en Él daremos mucho fruto y nuestra alegría será plena. 

La oración es uno de los caminos para salir del temor. Me gusta mucho el énfasis de Nouwen en la superación de los temores que nacen de las relaciones interpersonales:

¿Qué piensa él/ella de mí? ¿Quién es mi amigo y quién mi enemigo? ¿A quién le caigo bien y a quién le caigo mal? ¿Dice cosas buenas acerca de mí o no? Nos preocupa todo lo relacionado con nuestra identidad personal y con lo que nos distingue de los demás. En la medida en que la percepción que tenemos del propio yo depende de lo que otras personas piensan y dicen de nosotros, nos convertimos en prisioneros de lo interpersonal, de las interconexiones personales, de ese aferrarnos unos a otros en la búsqueda de identidad; hemos dejado de ser personas libres para convertirnos en seres amedrentados.

Es por ello que se nos propone orar para buscar preferir el amor a la ansiedad, a abrir el corazón a la confianza de una presencia que nos ama y nos libera. Cuando empezamos a comprender que Dios nos ama incondicionalmente y estamos en comunión con Él, que Él viaja y trabaja con nosotros en medio de la tormenta, aunque parezca dormido, es que venceremos el temor. “En el amor no hay temor, antes bien, el amor desaloja al temor” (1Jn 4, 18). 

Dios no hace una fuerte invitación a no dejarnos llevar por el miedo. Recientemente leí en un libro de Ermes Ronchi una frase del padre Cesare Sommariva: “podemos establecer las tres leyes del educador humano: no tener miedo, no dar miedo, librar del miedo.” Me encantó, tenemos esta misión como cristianos: no tener miedo, ser libres de máscaras, ser auténticos,  ser los mismos en todo lugar y con todas las personas sin temor al qué dirán, dejar de alimentar mis miedos y cultivar más la fe y la esperanza. No dar miedo, no recurrir al infundir miedo presentando un Dios castigador y sin alegría, fomentar una cultura de acogida, de encuentro, de buen trato. Librar del miedo, ayudar a otros a confiar en el Dios que vence todos los miedos. 

Trabajo personal

  1. Te invito a que hagas una pausa de silencio y conectes con tus miedos y los pongas ante ti, ¿a qué tienes miedo? Te voy a dar algunas opciones comunes además de las presentadas anteriormente sobre las relaciones interpersonales: a la muerte, a la soledad, al silencio, a no ser amado, al error, la humillación, quedar mal; a que me controlen o perder libertad, autonomía, capacidad de decisión. Trata de buscar qué hay alrededor de esos miedos, de dónde vienen, qué quieres hacer con ellos. 
  2. Lee el pasaje de la tempestad clamada por Jesús (Mc 4, 35-31). Trata de imaginarte en esa barca agitada por la tormenta, el fuerte viento y la lluvia, las olas que la hacen sacudirse y trae los miedos con los que ya has conectado previamente. Imagina a Jesús dormir en la barca y luego cómo con fuerza calma la tempestad. Si sientes, como los discípulos, deseo de reclamar a Jesús el dormir, hazlo. Luego escucha su voz que te interpela: “¿Por qué tienes miedo? ¿Por qué no tienes fe?” Está atento a ver qué es lo que surge en ti y pide a Jesús que te de una gran fe y confianza en su poder de libertarte de tus miedos. 

 

1 NOUWEN Henri J.M (2011). La formación espiritual: siguiendo los impulsos del espíritu, Sal Terrae, p. 142.
Ibid, p. 143.
3 RONCHI Ermes (2016), Las preguntas escuetas del Evangelio, Paulinas, p. 37

H. Elizabeth Mendoza MC

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