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Error y perdón

Todos hemos oído una y mil veces que errar es de humanos, que todos erramos a veces, y todos lo tenemos bien claro y como que es lección sabida. Sin embargo, a la hora de enfrentarnos con nuestros propios errores ya no es tan fácil o no es tan sencillo el reconocer que esto es condición humana, de la cual nadie está exento y comenzamos a reprocharnos una y otra vez por causa de nuestros errores, sobre todo de esos que nos avergüenzan, de ese error el cual me viene una y otra vez a la memoria o de ese tipo de vida que llevé o de ese camino que elegí o decisión que tomé. Reconocer nuestros errores cuando los tenemos es una buena actitud y una buena decisión, sin embargo, cargar con ello como si fuese imposible dejar de hacerlo y como si aún fuésemos culpables, cuando ya hemos decidido cambiar de vida o corregirnos, es más bien una actitud de inmadurez, humana y espiritual. Recuerdo que en un determinado momento de mi vida una y otra vez iba a confesión y volvía a poner, aun cuando ya lo había puesto, los mismos errores (pecados) que tenía en mi memoria y que me avergonzaban sobremanera.

 

Hasta que un padre, con el cual ya había ido varias veces me dijo: “te prohíbo que vuelvas a poner estas faltas en confesión, pues ya las has puesto debidamente con anterioridad”. Y mano de santo, gracias a Dios entendí la lección y aunque no se me borró la memoria de aquellas cosas sin embargo ya volví a “escarbar” ahí, cuando me llegaba el recuerdo, como que me sacudía la cosa y seguía adelante. 

Esto no necesariamente tiene que venir de un confesor, o de un psicólogo o terapeuta, por más que ellos nos pueden ayudar en lo que les toca a ellos, pero saber perdonarnos y querer perdonarnos nos toca a nosotros y esto es una decisión que hay que tomar, que nadie puede ni debe tomar por mí y que puedo tener la completa certeza de que al hacerlo estoy haciendo lo correcto y aún más es de obligación. Si cometimos errores y nos llegamos a dar cuenta de ello, ahora el error sería vivir cargando esas culpas como si aún no hubiésemos decidido dejar de vivir así. En religión y más concretamente en la católica, a estas faltas, a estos errores, se los conoce como pecados, sobre todo si se han realizado con plena advertencia y consentimiento. Para los griegos pecado se decía hamartia: ‘fallo de la meta, no dar en el blanco’.

En hebreo la palabra común para “pecado” es jattáʼthחטא que también significa “errar” en el sentido de no alcanzar una meta, camino, objetivo o blanco exacto. El creyente tiene una ventaja de cara al error, al pecado si se considera desde ese punto de vista y es que el sacramento del perdón, la confesión, con propósito de no volver a hacerlo, deja libre de culpa a quien cometió la falta, no ya solo desde un arrepentimiento personal, sino con la fuerza que le da el mismo sacramento, pues es Dios mismo quien le perdona, por las palabras de absolución del sacerdote, pero, aunque el Dios perdone, hay también que saberse perdonar. 

Pero no entrando tanto en cuestión moral, pues muchas veces estos errores son cometidos sin plena advertencia o influidos por circunstancias que se escapan de las manos de quien cae en el error, debemos de tener siempre una actitud de acogida y de misericordia para con nosotros mismos. Actitud sana y empática, pues por otra parte si nos pidiesen juzgar a otros en nuestra misma situación las más de las veces les disculparíamos de toda carga, sobre todo cuando ya se ha hecho el propósito de cambiar de vida o de ese tipo de decisiones y si a otros consolaríamos por qué no hacerlo con nosotros mismos. 

Cuando oímos decir que todos somos pecadores (erramos), no se quiere decir que son situaciones puntuales o excepcionales que solo ocurren algunas veces, no, cuando se dice que todos somos pecadores lo que se está diciendo es que es una condición humana, que no se quita corrigiendo determinados estilos de vida, es nuestra naturaleza, estamos inclinados a ello, pero es también gracias a ello que podemos ser mejores de lo que seríamos de no tener la posibilidad de errar (donde abundo el pecado sobreabundo la gracia). Lo que si podemos hacer es estar en una continua depuración de nuestros errores para que éstos sean cada vez menores si es posible y así no nos hagan tanto daño a nosotros mismos y a los demás.

Pero seguimos cometiendo errores y es por ello que, si en farmacia existiese la “valemadrina”, recomendaría altas dosis de la misma cuando no podemos deshacernos de la culpa y ya hemos decidido cambiar. Sí, no estamos hablando de ser indiferente ante lo que no está bien, sino todo lo contrario, puesto que hay que tomar buenas decisiones hay que comenzar por aceptarnos a nosotros mismos, sea cual sea nuestra situación, tratando de corregir lo que haya que corregir, pero queriéndonos por encima de todo, pues es más fácil cambiar animado por el amor que por la acusación y el reproche, venga de los demás o de nosotros mismos. 

José Luís Medina.

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