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Adicciones

LAS CARENCIAS EN LOS PLANOS EMOCIONAL Y AFECTIVO, NO DETERMINAN LAS MÚLTIPLES ADICCIONES.

La búsqueda del bien propio y común es algo característico de todo hombre e incluso de la naturaleza humana, buscamos el bien, queremos el bien, para uno mismo y para los demás. Por causa de la concupiscencia y del placer desordenado, estamos inclinados a errar en la elección de los medios y muchas veces a buscar unos fines que en si son buenos, pero que los tratamos de conseguir de forma errónea, por falta de conocimiento, o porque los queremos ya, aquí y ahora. A esta posibilidad de errar ya en los fines, ya en los medios, por causa de la tentación de elegir lo que más satisface las propias pasiones en la búsqueda del bien, hay que sumar también las posibles causas que no son ya fruto de la propia voluntad, sino que vienen heredadas de forma patológica y psicológica por patrones de conducta e incluso de genética, de quienes fueron nuestros mentores, padres o tutores. De esta forma hijos de padres alcohólicos o drogadictos tienen una propensión mayor a serlo ellos también, hijos de padres abusadores tienen más inclinación a hacerlo ellos también. De igual modo quienes padecieron desde su concepción o posteriormente, violencia física, psicológica o espiritual, están también condicionados a vivir con unas afectaciones no deseadas ni elegidas libremente y a repetir patrones de conducta si no se está atento.

Pero por más que te quieran hacer creer o tú mismo te quieras hacer creer, no eres la “mugrita” en la uña del dedo meñique del pie izquierdo, sean cuales sean tus orígenes. Cuando alguno de estos condicionamientos nos afecta desde nuestra niñez e incluso cuando se presentan ya en la madurez, pero de forma arrolladora, es muy fácil, o más fácil, caer en todo tipo de complejos, apocamiento, comportamientos extraños y adicciones.  Buscamos alcanzar un poco de paz, de sentirnos liberados de esa presión que nos puede estar llevando, que nos lleva a vivir una vida “indeseable”, porque ciertamente es indeseable, pero que hay que aprender a desear, porque es mi vida. La buena noticia de todo lo dicho, es que los orígenes condicionan sobremanera a quienes heredaron o sufrieron en el cuerpo o el espíritu, sin embargo, esto no es determinante e incluso puede ser para bien. Muchas de estas personas suelen ser más sensibles, más acogedoras, más empáticas, aunque estén en mayor riesgo de sufrir o repetir patrones. Todo ser humano en condiciones de razón suficiente puede elevarse sobre las adversidades físicas, psicológicas y espirituales, sobre las primeras con ayuda médica cualificada y sobre la última con la ayuda de la Gracia de Dios, que quiere que “TODOS LOS HOMBRES SE SALVEN Y LLEGUEN AL CONOCIMIENTO DE LA VERDAD”. Tanto en el plano humano como espiritual podemos y debemos tener confianza y la certeza de que las múltiples carencias y adversidades, no significan que no puedan serlo para bien, es decir que nos aprovechemos de ellas, que nos ayuden a crecer. Estamos acostumbrados a tener un modelo social o espiritual de persona, enclaustrado en determinados patrones, sociales, económicos, culturales, de belleza, de salud, pero tanto a la persona como a la Gracia de Dios no la podemos encajonar en unos moldes ideales o preconcebidos. De esta forma, lo que pudiéramos pensar que es una carencia, una limitación, una afectación e incluso una enfermedad heredada, puede ser de gran ayuda para encontrar la felicidad en la propia vida, aunque no sea bajo los patrones sociales convencionales. Así, hemos recibido de nuestros padres muchas carencias psicológicas y afectivas, pero también otras muchas riquezas psicológicas y afectivas, muy ricas también, que son un gran tesoro; hemos recibido de nuestros padres o tutores mucha influencia negativa de todos los órdenes, pero mucha también positiva y de esto debemos de estar seguros y convencidos y su paternidad y el bien que nos dieron y nos hicieron no se agota en nuestras cortas prerrogativas. Ningún ser humano, por mejor que sea la familia de que provenga, más educada, más culta, reconocida, más poderosa, famosa o genéticamente vista como adecuada, tiene consigo ya el éxito asegurado, éxito que finalmente no es otro que la propia felicidad y el poder ayudar a otros a encontrarla. Junto con lo bueno también heredamos cosas malas, junto con lo malo también heredamos cosas buenas. Los sucesos traumáticos de nuestra vida pueden ser una gran lección de aprendizaje que no tienen quienes no los sufrieron.

Tengamos en cuenta que estamos condicionados, pero no determinados, por el ambiente en que vivimos o nacimos. Ya desde la concepción e incluso desde antes, es decir los genes paternos o maternos nos condicionan.  Estos condicionamientos pueden serlo tanto para bien como para mal, dependiendo del uso que hagamos de ello.  Debemos de entender que es el sentido común, la confianza en uno mismo y las sanas intenciones, la confianza en Dios y su continua asistencia, porque Él es Fiel, lo que pesará más en la balanza de nuestro comportamiento y por ende en la dirección que tomemos, capacitados siempre para el éxito, humano o espiritual. Nadie está supuestamente bendecido por un ambiente “propicio” desde su concepción, esto es fruto de la literatura, de la ambición, de la sensualidad, de la soberbia y del afán de notoriedad y poder. Todos tenemos las mismas dificultades y limitaciones en torno a alcanzar la felicidad personal, pero la felicidad no es una cosa, ni una persona, ni un cuerpo, ni una determinada inteligencia, sino la plena satisfacción con uno mismo y con los demás, aunque no seamos ni sean perfectos.

Y sin embargo es cierto y es un hecho que determinadas personas estando afectadas por un ambiente, unos padres, unas condiciones sociales, económicas y culturales adversas, pueden caer y de hecho caen en todo tipo de adicciones: juego, sexo, drogas, alcohol, vicios de todo tipo que reportan aquí y ahora una felicidad que, aunque pasajera, es satisfactoria.

¿Qué nos queda? ¿Qué podemos hacer entonces al respecto? En lo personal aferrarnos a la realidad y al hecho de que nada ni nadie puede afectar mi decisión de alcanzar una felicidad que no depende de causas externas ni históricas, ni fisiológicas, sino que son constitutivas de mi ser: Existo para ser feliz, para buscar la Verdad y que esa Verdad me haga libre en la medida que la voy encontrando. Y en relación a los demás buscando compartir de forma respetuosa, aquellos conocimientos, actitudes y virtudes, que a mí me han funcionado y me consta que funcionan para todos y respetándoles en su unicidad, porque ellos son también muy amados de Dios. Es necesario ayudar a los demás y convencerse cada vez más uno mismo, de que estamos todos en las mismas condiciones en relación a la capacidad de poder alcanzar la felicidad y ésta no depende de cosas heredadas, físicas o psicológicas, materiales o culturales, sino de la búsqueda del bien, de la Verdad y de compartir esto con quienes también lo están buscando. Ahora bien, esto que venimos diciendo no se alcanza necesariamente mediante esfuerzos académicos, físicos o espirituales, sino que es fruto de la búsqueda, de un ir penetrando cada vez más en ello, de perseguirlo, de un adentrarse a donde todo es desconocido, personas y lugares y acontecimientos, para volver con más peso (no kilos) y buen peso y con más bagaje y buen bagaje, con más felicidad, aunque no con toda la felicidad. Tanto lo bueno como lo malo que nos ha ocurrido, que nos ocurre y que nos pueda ocurrir, puede ser para bien, todo puede ser un tesoro. Los “peores padres” incluso los que trataron de producir el aborto, pueden ser y de hecho son el mejor curso de aprendizaje para la propia vida, ellos también fueron fruto de la libertad humana y de múltiples circunstancias también, posiblemente otras víctimas y esto me puede ayudar a verlos de otra manera y a honrarlos. Conviene tener claro y bien claro cuál es la felicidad que quiero alcanzar, y conviene no poner excusa para el éxito, y conviene también no buscar el éxito donde no está, la droga, el sexo desenfrenado, el alcohol y los vicios me pueden dar unos momentos de paz, pero no la paz. Aprendamos a valorar la herencia que nos dejaron nuestros mayores, nuestros padres, nuestros tutores, a apreciarla en cuanto son esas “monedas” (que muchas veces no quiero, pero que son preciosas) las que pueden enriquecer mi vida si las se emplear bien y hacer fructificar. Es por ello que Dios no nos manda amar a nuestros padres sino honrarlos, es decir puede haber circunstancias que me impidan el afecto, pero no tiene por qué haber ninguna que me impida el agradecimiento y el respeto.

 

José Luís Medina.

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