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Enfermedad mental y estigma social

A lo largo de la historia, la humanidad ha venido dando pasos en cuanto a la valoración de las personas, los animales y la ecología. Ya es impensable la esclavitud, como la conocemos, (aunque hay muchas formas de esclavitud). Aunque aún quedan serios reductos de racismo, sin embargo, cada vez más las distintas razas vienen siendo reconocidas de igual a igual por todos y ya se puede señalar como retrogrado a quienes lo ven de otra forma. La humanidad entera viene dando pasos de gigante, aunque aún queda mucho por andar, en cuanto a los derechos de la mujer, su dignidad y el reconocimiento de la misma en todos los estamentos sociales, culturales, políticos y humanos. También recientemente hay una mayor conciencia del trato que damos a los animales, de la ecología, del cuidado del medio ambiente. Cada vez más la humanidad es consciente de que no puede juzgar a las personas por razón de credo u orientación sexual, al margen de que doctrinalmente las distintas creencias tengan una visión muy específica de ello. Al día de hoy cada vez va siendo más inconcebible el abuso de las personas y en concreto de niños y adolescentes, de forma que ya es posible tener una legislación al respecto, que en otro tiempo no existía. Cada vez más y gracias a un acertado humanismo y a que ya los medios de comunicación también ayudan, el reconocer las distintas profesiones de orden laboral o cultural, con una dignidad propia que las equipara en cuanto a su honestidad, por más que sea de razón entender que puede haber unas con un orden de importancia mayor que otras. Y así poco a poco la humanidad, las personas, vamos teniendo una mejor y mayor conciencia del mundo en que vivimos y de la necesidad de respetarnos unos a otros y el propio entorno, en la medida en que vamos teniendo un mayor conocimiento, cultura y educación, aunque nos falta crecer también el amor

Sin embargo, hay aún espacios, temas y personas que principalmente por falta de conocimiento no sabemos manejar. Me refiero en concreto a la enfermedad mental y a quienes tienen la desgracia de padecer de una u otra forma alguna patología o se ven afectados. De cualquier otro enfermo tendemos a compadecernos, nos solidarizamos con su dolor, mostramos empatía y de una u otra forma vemos qué está en nuestra mano hacer para socorrerlos. Sin embargo, para quien padece una enfermedad mental solemos tener rechazo o al menos tratamos de que haya distanciamiento, eso cuando no, directamente los culpamos de ello, de ser así o de no poner los medios necesarios para corregirse. Aún los propios familiares no sabemos cómo tratar al enfermo y en lugar de mantener una postura de incapacidad o de desconocimiento, pero de aceptación y acogida, solemos mostrar rechazo, reproche, incomprensión y finalmente se busca la forma de desentenderse del enfermo. Ciertamente el desconocimiento de la enfermedad es ya un limitante en cuanto al manejo que se puede tener para con el enfermo, pero también desconocemos otras muchas enfermedades y sin embargo el trato suele ser más paciente y acogedor. El estigma social no es algo de ahora, pero podemos hacer mucho y debemos hacer mucho para cambiar el paradigma en cuanto al concepto de enfermedad mental. Recientemente escuchaba a un presidente de una nación, que, ante una matanza de personas, señalaba al causante como un demente, que por otro lado  “había que castigar” (¿¿¿:::???). Cuando escuchamos a personas que son referentes o debieran de serlo, para el resto de la sociedad, hablar y mencionar una enfermedad, como los responsables de actos delictivos, por el hecho de ser dichos actos malvados, estamos negando la realidad de que el mal existe por sí mismo y que somos libres muchas veces de ejercerlo, al margen de estar afectados por una patología psiquiátrica. De ordinario y las más de las veces, los enfermos mentales no suelen ser personas agresivas, aunque puede darse el caso de que lo sean, pero una cosa no lleva necesariamente a la otra. De ordinario son intereses particulares, envidias, rencores, odios, venganzas, afán de poder, lujuria, lo que nos lleva a cometer crímenes de todo tipo y todo esto estando en nuestros cabales, pero es muy conveniente señalar a los demás que cometen lo mismo como dementes, pues así no nos sentimos incluidos.

El estigma social hacia el enfermo mental nace muchas veces de ciertos instintos animales, que aún tenemos, los cuales nos llevan a rechazar a quienes no son como el “resto de la manada”, los lobos matan a cualquiera de sus congéneres que se comportan de forma distinta, e incluso a los que son de distinto color, tienen alguna tara o dan alguna muestra de debilidad. Por ello es necesario hacer uso de un alto grado de humanidad, de paciencia, de virtud y de amor, para tratar y acoger a estas personas que padecen algún tipo de patología, sea cual sea el origen de la misma. Así lo hacemos con quienes tienen diabetes, por no cuidarse del azúcar, o quien tiene cáncer por causa del tabaco o muchas otras de las enfermedades que pueden ser adquiridas por falta de cuidado de sí y no les reprochamos por ello. Y sin embargo muchos de los enfermos mentales no son responsables directos de su enfermedad, ésta viene ya de forma endógena implícita en sus genes y en un determinado momento salta y se manifiesta.

La integración social del enfermo mental es hoy en día casi lo que era para el enfermo de lepra hace dos mil años, se les rechaza, se les relega y en el mejor de los casos se le margina en espacios lejos de la sociedad. No se trata de hacer un discurso moralista del hecho, sino de reconocer a estos enfermos unos derechos y una dignidad que les corresponden por razón de humanidad. El desconocimiento de la enfermedad da muchas veces como resultado el estigma, pero si bien no somos culpables del desconocimiento, si lo somos en una u otra medida, del estigma. Y esto no ocurre solo con quienes estamos “sanos”, el propio enfermo se auto estigmatiza, pierde la confianza en sí mismo y muchas veces hasta el respeto, lo que no en pocas ocasiones deriva en desgracias y autolesiones. El propio enfermo tiene también un deber de humanidad para consigo mismo y si le duele oir hablar de los enfermos mentales con menosprecio, no debiera de menospreciarse el mismo, pero lo hace por causa del estigma. Estigma quiere decir desdoro, mala fama, afrenta. Los estereotipos, la mala literatura, los chistes, conducen y provocan muchas veces el estigma y hay que estar vigilante. Una sociedad que suele ser muy dada a etiquetar todo, favorece el estigma. Para que el estigma despliegue su poder nocivo el estigmatizador tiene que estar en un ambiente de poder sobre el estigmatizado y esto por desgracia se da con el enfermo mental. Etiquetar implica una diferenciación entre nosotros y ellos. Así, solemos decir de una persona que tiene esquizofrenia, que es un esquizofrénico, en lugar de decir que es una persona que tiene esquizofrenia. Decimos de quien tiene cáncer que es una persona que tiene cáncer y no que es un canceroso; pero quien tiene esquizofrenia si es un esquizofrénico. De esta forma el lenguaje, es un una gran herramienta y fuente de estigmatización y hay que estar vigilantes.

Estereotipos, prejuicios y discriminación son finalmente la consecuencia del estigma. Con los estereotipos categorizamos, incluimos a estas personas en una determinada categoría, no deseable, porque ya de por sí hay opiniones colectivas negativas de todo tipo y si te descuidas, tú y yo, que decimos ser muy respetuosos de estas personas vamos a caer en el juego. Los prejuicios nos llevan a tener ya una disposición elaborada en cuanto a estas personas, “Es cierto, los enfermos mentales son violentos” y por tanto hay ya una actitud de rechazo preconcebida y una actitud hostil y como consecuencia hay evitación hacia los mismos. Pero los estereotipos y el prejuicio no son suficientes por si solos para el estigma, es necesaria la discriminación y ahí es donde podemos caer con mucha facilidad, pues vivimos en un mundo de estereotipos y prejuicios que discrimina y el enfermo mental tiene muchas papeletas compradas. El auto estigma no hace más que asumir como cierto aquello que siente que le pasa y que la sociedad le ha hecho creer: soy débil, incapaz de cuidar de mí mismo, no valgo para nada, soy un perezoso, mejor morir…

La literatura, la mala literatura, las películas, las malas películas, tienen mucha culpa hoy en día del estigma social hacia la enfermedad mental. El manejo que muchas veces se hace está súper estereotipado y provocan prejuicios, que derivan finalmente en la discriminación y marginación del enfermo y si bien nadie permitiría a un productor de cine manejar mal el tema animalista, o racista o de la mujer, sin embargo para con el enfermo mental todo se vale.

Solemos ser autoritarios para con las personas con enfermedad mental, “no es responsable de sí mismo y por tanto soy yo quien debe decidir por él”. O podemos caer en la condescendencia, “son como niños” y así, les vamos creando una conciencia de incapacidad que toca también a otras áreas de las cuales no tiene incapacidad.

Quien padece una enfermedad mental debiera de comenzar por hablar de ello, con prudencia, pero con naturalidad y documentarse lo más posible de fuentes fiables, saber lo que padece y cuales son sus limitaciones y no tener vergüenza de hablar de ello. Sabiendo que el estigma está vivo en la sociedad hay que aprender a lidiar con él, si se tiene una afectación, no espantarnos cuando escuchemos frases como “esta loca o loco”, pues si nos dejamos llevar e influenciar por el estigma es más fácil recaer y no aceptar los tratamientos. La autoestima es imprescindible en cualquier persona, pero en el enfermo mental es esencial y sin embargo es muchas veces algo que tiende a faltar por causa del mismo estigma que ha colaborado a infravalorar al enfermo. Seamos conscientes de que el estigma social es algo grave, no son pocas las personas que llegan a suicidio, arrinconadas por causa del señalamiento y la presión social. Cuando estemos junto a una persona con una enfermedad mental no debemos de olvidar que son poseedores de muchas cualidades de las que posiblemente carecemos y el propio enfermo no debe infravalorarse. Hay una gran diferencia entre decir de una persona o de sí mismo que está loco, a decir que tiene un padecimiento mental. Tener una enfermedad mental no debiera de ser algo humillante, lo es porque la sociedad lo categoriza y etiqueta de forma humillante. Si necesito un medicamento para la diabetes no tengo ningún problema en aceptarlo, pero si necesito un medicamento psiquiátrico ya estoy afectado por el que dirán si se enteran y sin embargo ambas son enfermedades producto de un desbalance químico. Debemos de saber acoger y saber acogernos a nosotros mismo si tenemos un padecimiento mental, no olvidar que el estigma es lo que causa mi falta de manejo adecuado de la enfermedad. A la sociedad le ha costado, le sigue costando y le seguirá costando aceptar la enfermedad mental como una enfermedad, pero recordemos el tema de la esclavitud, el racismo y otras cuestiones, también era producto de una sociedad mal orientada al respecto y lo supero o lo está ya superando, lo mismo llegará a pasar con la enfermedad mental. Todos estamos expuestos a contraer una enfermedad mental o si ya la traemos a que se manifieste, lo ideal es que ante los primeros síntomas acudamos a especialistas. De igual forma que un cáncer o cualquier otra dolencia pueden controlarse mejor en sus etapas iniciales, también con las afectaciones mentales ocurre lo mismo, ante los primeros síntomas hay que acudir al especialista sin tener prejuicios ni complejos y de igual manera que tomaríamos la medicación sin rechistar con cualquier otra afectación, hacerlo en el caso de un padecimiento mental, por más que como en los otros casos el medico se pueda equivocar.

Ante una enfermedad mental, así como ante otro tipo de enfermedad hay que tener un alto grado de aceptación e incluso sentido sobrenatural para quien es creyente. Sin embargo, debemos de decir al respecto que las enfermedades mentales, como las de cualquier otro órgano, no dependen de la oración o la práctica religiosa para su mejoría o su curación. Dios puede hacer un milagro con cualquier enfermedad, pero debemos de distinguir bien entre vivir una vida de oración dentro de las posibilidades y creer, como muchos hacen creer, que la afectación mental viene por la poca fe o que con una mayor y mejor práctica de la vida espiritual va a remitir. Con frecuencia me toca escuchar a personas de Iglesia decir que quienes tienen padecimientos de este tipo es por causa de su poca fe o que hay que “echarle ganas” para salir, e incluso me ha tocado escuchar que se dejen los medicamentos. De igual forma que un especialista en psiquiatría, pero sin conocimientos de teología no debiera de meterse en cuestiones espirituales, tampoco un teólogo, por bueno que sea debe de meterse en temas de psiquiatría sin conocimientos de ello. La Iglesia reconoce la psiquiatría como una ciencia médica legítima y perfectamente reconocida, por lo que, si algunos miembros de Iglesia se atreven a hacer opiniones deslegitimando el parecer de los especialistas, esto debe de entenderse que lo hacen a título personal y no en nombre de la Iglesia, pero por desgracia ocurre y la autoridad que les da su identidad eclesial muchas veces pesa más de lo que sería de desear.

El estigma social en torno a la enfermedad mental ocurre en todos los estamentos sociales, culturales, políticos y humanos se encuentra presente, por lo que no responde tanto a la falta de educación, que también influye, sino a la falta de caridad y amor al prójimo. Esta carencia todos podemos tenerla y todos podemos combatirla, exige de un esfuerzo y una vigilancia constante para no dejarnos llevar por la corriente, pues lo más fácil es caer en ello ya que por todas partes nos rodea y nos envuelve. Hay que cambiar el paradigma de la enfermedad mental, de una afectación que toca a toda la persona, a una afectación que toca solo a la cuestión mental, pero somos más que solo una cuestión mental.

 

José Luís Medina.

 

 

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