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Todos experimentamos momentos de soledad, pequeños y grandes, hombres y mujeres.

Nos puede ocurrir en alguna ocasión o con frecuencia el sentirnos solos, o realmente estar solos. Pero la soledad no necesariamente es algo de lo que nos debamos lamentar, la soledad puede ser una buena amiga, una buena consejera.  

La soledad, si queremos sacar de ella todo lo que de positivo tiene, puede ser una fuente de mucha riqueza, que en ninguna parte encontraremos, pero es imprescindible no temerla. Todos hemos estado solos, o estamos solos en muchos momentos de la vida y me atrevería a decir que lo que puede ser preocupante es no estarlo nunca o no sentirlo nunca. Hay muchos aspectos de nuestra vida y de nuestra interioridad que jamás podremos compartir con nadie, pues puede no haber palabras para hacerlo y jamás podremos explicarnos bien o simplemente, de plano, nadie necesita ni debe de conocer. De ordinario podemos sentirnos solos cuando hemos estado acostumbrados a compartir la propia vida con personas, cuando por trabajo o por alguna otra razón social o religiosa dejamos de tener una presencia en ese tipo de actividades, o por otras causas lógicas. Pero esta soledad en realidad no es soledad sino hábitos, que poco a poco irán disminuyendo hasta no tener ya repercusión en nuestra vida. 

Todos experimentamos momentos de soledad, pequeños y grandes, hombres y mujeres. Más que temer estar solos lo que tenemos son hábitos adquiridos, que habrá que identificar como tales, cuando lo son,  sin que esto debiera de tener una mayor repercusión en nuestra vida.

Sin embargo, la otra soledad, la que en ocasiones tenemos y que necesitamos, es aquella que nos permite ir creando y conformando un carácter. Cuando una persona no dispone nunca de momentos de si y para sí, difícilmente podrá tener un carácter propio, sino que será como una hoja que mueve el viento, los otros, según sean las circunstancias. Por eso, momentos de soledad frecuentes nos proporcionan muchas cosas positivas, pero por el contrario vivir en soledad de forma continua puede llegar a ser un problema, si esto no es parte de una vocación determinada que así lo exija. Vivir continuamente fuera de nosotros mismos, en la superficie, implica de alguna forma no tener muy claro quiénes somos. 

Incluso en nuestra relación con Dios, aunque en muchos momentos la oración comunitaria sea la mejor, sin embargo, en otros la oración personal será la única que nos llegue a dar paz y sosiego y a través de la cual encontrar a ese Padre, que lo es también de mis hermanos, pero lo es mío, de una forma singular, diferente a la que lo es con nadie.  En el silencio del alma, en las profundidades del alma, donde no hay nada ni nadie más, ni nada más, ahí es donde habita Dios de forma especial. 

La otra soledad, la que sí es terrible y de la que debemos de desembarazarnos a como de lugar, es la que nos aísla, al margen de nuestra voluntad, la de aquellos con los que por alguna razón de odio o de desamor se encuentran marginados, o no amados. Es también la soledad de quien ahí se siente seguro, encerrado en su torre de marfil, sea cual sea. Es también indeseable aquella soledad de quienes viven llenos de ruido a su alrededor y que temen el silencio porque los enfrenta consigo mismos. 

Es diferente la soledad del ermitaño, que en la soledad encuentra a Dios y está en comunión con el resto de la humanidad, en Dios, que la del que se aparta de los demás porque ahí encuentra refugio y hace de la soledad su dios. Tampoco hay soledad en el artista, o el médico, o el científico, que la necesitan para sacar de dentro lo que llevan dentro. No es soledad entonces la soledad en sí, sino lo que con ella hacemos, bueno o malo.

Amamos la soledad de forma positiva cuando en ella podemos encontrar de mejor modo nuestras riquezas interiores. Y para ello, en muchas ocasiones, cuando no tenemos costumbre de hacerlo, como el que aprende a nadar debe de saltar sin miedo. Es estando solos que aprendemos a estarlo y no huyendo de la soledad. 

Démonos momentos “vacíos” sin ruidos, sin ocupación de ningún tipo, sin nadie, sin televisión ni medios electrónicos, incluso sin amigos, perdiendo el tiempo, como si estuviésemos soñando, pues ahí poco a poco aprenderemos a conocernos y si ya nos conocemos a nos conoceremos más, a conocernos mejor. Si siempre andamos huyendo de la soledad jamás aprenderemos a verla como una amiga.

José Luís Medina.

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