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¿Quién soy?

¿Quién soy yo? Es una de las preguntas fundamentales del ser humano. Desde tiempos remotos la reflexión filosófica, antropológica, psicológica y religiosa han dado respuesta a esta pregunta. ¿Quién es el hombre? ¿Cuál es el sentido de su existencia? ¿Quién soy yo? Cada disciplina aporta su visión, riqueza y limitaciones. El hombre siempre ha buscado dar respuesta a estas grandes preguntas, explicarse a sí mismo y desde que el pecado entró en el mundo, la distracción a estas cuestiones fundamentales, la evasión del encuentro con nosotros mismos y con Dios muchas veces nos desconecta de nuestros propios sentimientos, de nuestro propio núcleo e interioridad. En el mundo actual la rapidez con la que vivimos y los muchos distractores que tenemos nos hace evadir mucho más estas preguntas. Es fácil acallarlas con Netflix, las redes sociales, el ruido, el continuo mensajear que nos hace estar poco tiempo con nosotros mismos, pero la pregunta está siempre allí, en el fondo ¿quién soy yo? ¿Cuál es el sentido de mi vida?

Cada uno de nosotros deberá responder solo a esta pregunta y a las veces tenemos miedo de responderla porque eso implica enfrentarnos con nuestros miedos, con nuestras limitaciones, con nuestras frustraciones, con nuestra historia, con aquello que nos duele y que a las veces preferimos evadir y esconder tras aparentes éxitos, sonrisas y máscaras que usamos. Cada uno de nosotros somos creaturas complejas y maravillosas, dentro de nosotros se esconden historias dolorosas y tesoros escondidos el bien y el mal, la fuerza y la debilidad.

Muchas historias se han escrito sobre aventuras y viajes maravillosos de personajes reales y ficticios. Cuántos mitos, leyendas e historias nos hablan sobre grandes búsquedas y misiones, se me vienen a la mente: Odiseo, buscando regresar a Ítaca; Parzival buscando el Santo Grial, Frodo y sus compañeros buscando destruir el anillo poderoso; Elisa buscando liberar a sus hermanos del hechizo que los hizo cisnes; otros nos hablan de búsquedas interiores: Narciso, Godmundo y Siddharta de Herman Hesse buscando respuesta a las preguntas existenciales. El hombre siempre está en búsqueda de algo, en una aventura por descubrir nuevos mundos, nuevos avances científicos, conquistando las cimas de las montañas, la luna y el espacio, pero la más grande búsqueda y conquista es la de sí mismo, el viaje a la propia interioridad y enfrentarse consigo mismo.

Es necesario que hagamos un alto en nuestras vidas y nos preguntemos: ¿quién soy? ¿Cuáles es el sentido de mi vida? ¿Cuáles son mis grandes miedos? ¿Cuáles son mis oscuridades? ¿Cuál es mi historia? ¿Qué me duele? ¿Qué creo sobre mí mismo? No debemos seguir evadiendo estas preguntas. Hoy es el día para enfrentarlas y buscar dar respuesta. Esto no será un proceso rápido ni fácil, pero el mismo trayecto y los logros que vayamos teniendo nos llevarán al camino de la libertad interior.

En una ocasión una adolescente de 15 años preguntó: ¿cómo puedo saber si mi vocación es la vida religiosa? ¿Cómo puedo saber que no es miedo al matrimonio porque mis papás están divorciados y mi hermano se acaba de divorciar? ¡Qué maravilla! Me dije a mí misma. Qué hermoso que esta niña tenga la capacidad y el valor de hacerse estas preguntas. ¡Ese es el camino! Deberás enfrentar tu propia historia, las heridas que el divorcio de tus papás dejó en ti para poder ver con claridad y discernir lo que Dios quiere de ti. Esa fue la respuesta. Emprender ese viaje es algo que debemos hacer tarde o temprano para no fracasar en un matrimonio, en una vida religiosa. Enfrentar nuestros temores y heridas es indispensable para cualquier vocación o estado de vida.

Me gusta reflexionar los salmos que hablan sobre la historia de Israel porque esa es nuestra historia, mi historia, como el salmo 78, por poner un ejemplo. Se narran las guerras, dolores, infidelidades, la historia de la humanidad caída que busca ser fiel a Dios y cae continuamente. Pero Dios siempre está allí y permanece fiel y misericordioso. El creyente está llamado a responder a la pregunta quién soy desde una de las verdades más profundas: “soy creatura, soy de Dios, de Él salí y que a Él debo volver, desde toda la eternidad Él me tiene en su mente, soy: un pensamiento de Dios, un deseo de Dios, un latido de su corazón. Soy un pensamiento de Dios, porque desde toda la eternidad pensó en darme el ser; y ya me veía tal cual soy, con mis defectos y mis cualidades, mis promesas y mis inconstancias, mi confianza y mi amor, y con todas mis miserias. Ya sabía que le daría mucho trabajo, y ya había resuelto ejercitar en mí el más hermoso de sus atributos: su misericordia. Soy también un deseo de Dios.” [1] Esta profunda verdad para el creyente debe iluminar el camino de la búsqueda personal. No hay realidad más grande que nos sostenga en las pruebas y en la oscuridad que el sabernos profundamente amados y deseados por Dios y que nuestra vida tiene un propósito.

Como el pueblo de Israel en la búsqueda interior nos toparemos con mucho dolor, fragilidades, caídas y atravesaremos un desierto antes de llegar a la tierra prometida. Tal vez muchos necesitemos emprender un camino que requerirá el apoyo de otros, incluso de profesionales, de terapia, para poder superar nuestras heridas. Pero no estamos solos, Dios es el primero interesado en nuestra sanación, Él se dejó herir para curar nuestras heridas. Necesitamos decidirnos a atravesar en desierto que implica el camino de la sanación. Ello implicará dejar muchas de nuestras ganancias secundarias (las cebollas de Egipto) que nos mantienen en la esclavitud. Dios se manifiesta en la oración, y mientras más crecemos en ella vemos las manifestaciones de Dios a través de la historia y a través de las mediaciones humanas, en personas que están a nuestro alrededor, en los que nos acompañan en nuestros procesos interiores.

Somos más que nuestras circunstancias, que nuestro pasado. Nuestro pasado es parte de nosotros, nos condiciona, pero no nos determina. Cada una de las circunstancias que hemos vivido dejan una huella imborrable en nosotros que no podemos cambiar; pero lo que sí podemos cambiar es cómo enfrentamos ese pasado y cómo queremos enfrentar el presente y el futuro. Será necesario aceptar nuestra historia, abrazarla y dar sentido a todo lo que hemos vivido desde una visión de fe y esperanza.

Para nosotros que creemos en Jesús sabemos que su gracia se manifiesta en nuestra debilidad. No tengamos miedo, Jesús nos acompaña en nuestros procesos. Una joven me dijo una vez que en su proceso de terapia tenía mucho miedo de enfrentar uno de sus recuerdos más dolorosos. Parte de su terapia era hipnosis así que antes ir a su sesión fue a hacer su oración pidiendo a Jesús y María que entraran con ella en ese recuerdo pues sabía que sola no podría enfrentarlo. Su terapeuta no era creyente, y al salir de la hipnosis le dijo: “no sé qué hiciste hoy, pero trabajaste mejor que nunca.” Claro, ella sabía por qué, la oración y la conciencia moral son más fuertes que el inconsciente. La oración y la gracia pueden llegar a tocar el inconsciente y llevar a una profunda transformación interior. Fe y ciencia no están peleadas, puede ir maravillosamente de la mano para favorecer los procesos humanos y de fe. Así que ánimo y adelante, a responder estas preguntas ¿quién soy? ¿Cuál es sentido de mi vida, de mi historia? Cuando encontremos el sentido de lo que hemos vivido un horizonte de luz llegará a nuestra vida y podremos ver la maravillosa historia que Dios escribe junto nosotros para que seamos un hermoso don para la humanidad.

Nota: en cada uno de mis artículos incluyo una tarea a través de alguna lectura, ejercicio de oración o preguntas de profundización por si sirven a algún lector a iniciar este camino de la búsqueda interior y que pueden ayudar a apropiar el contenido, pues cada quién es el que emprende este camino.

Trabajo personal:

  • Leer el salmo 78 en clave de tu propia historia.
  • Aquí dejo una clave tomada de la Biblia Católica para jóvenes que puede ayudar a enfocar nuestra lectura y reflexión:

Los salmos históricos oran sobre los acontecimientos del pasado desde una perspectiva amplia. El salmista mira hacia atrás y medita; descubre al Dios fiel que libera a su pueblo con su misericordia y pide que enseña a sus hijos lo que aprendieron de Dios. Y tú, ¿aprendes de tus propias experiencias? Examina el camino recorrido desde tu infancia, ¿a través de qué personas, procesos y actividades te ha dado Dios la vida, la sabiduría y la capacidad de actuar que tienes ahora? (…)

  • Trata de responder a estas preguntas: ¿Quién soy yo? ¿Qué sentido tiene mi vida?

Hna. Ma. Elizabeth Mendoza Bravo M.C.

[1] Beata María Inés Teresa Arias, Ejercicios Espirituales 1941.

 

 

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