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Las heridas del alma

Todos podemos tener en algún momento, o haber tenido heridas en el alma, o al menos cicatrices. Sin embargo, tenemos que distinguir muy bien cuando se trata de heridas y cuando aquello que nos pasó no supuso más que un dolor pasajero, un “golpe”, pequeño o grande que, si dolió, pero no necesariamente dejo huella, por más que no se recuerde con gusto.

Las peores heridas, las heridas que más nos lastiman son aquellas que vienen de quienes no esperamos, a veces seres queridos y que no podemos curar. Y esto bien porque se sigue sucediendo el maltrato, bien porque nos avergüenza pedir ayuda o de plano no creemos que nadie nos pueda ayudar y esto puede ser muy real. Las otras heridas, los sucesos acaecidos en el pasado puntualmente, son más fáciles de sanar, porque una mente objetiva y que razona bien puede entender que “ni modo”, aquello ya paso y hay que seguir viviendo y yo soy más fuerte.

La experiencia personal de un hecho, de una situación, de una relación dañina, de un abuso, es siempre una experiencia única en cuanto a su vivencia, en cuanto a las circunstancias y en cuanto a aquello que ese hecho provoca en mi interioridad, muchas veces no es posible compartirlo y hay que acudir a consulta con uno mismo, hay que encontrar los remedios en uno mismo, cuando no se aprecia ningún médico mejor. Y tenemos que tener una gran confianza en nuestros propios recursos, somos quienes mejor nos conocemos y confianza en los métodos que actuemos para salir de allí, siempre y cuando nuestra conciencia no nos muestre que es peor el remedio que la enfermedad, que la herida. De ordinario todo hombre o mujer tiene recursos de sobra para sanar por propia cuenta.

En línea de principio, si no somos responsables de aquello que nos duele, si el dolor viene infringido por otro o por alguna situación no deseada, es decir es algo que se está dando sin querer, se vale tratar de poner todos los medios al alcance para salir de allí, sobre todo cuando esa situación no es soportada o querida por causa de un bien mayor que exige ese sufrimiento: caso de los mártires, de los padres respecto de los hijos, o viceversa, pero siempre por exigencia del amor. Ni Dios, ni nadie, no nos llama al sufrimiento por el sufrimiento, o a soportarlo sin más ni más, máxime que muchas veces permitir a alguien que nos haga daño es pecar contra uno mismo y contra quien nos lo hace, por permitirle pecar. Otra cosa es cuando no se puede hacer nada y sin embargo se sufre sin querer sufrir (aún ahí siempre puede haber soluciones y hay que buscarlas y no conformarse).

Pero de esas otras heridas, de las heridas que lo son porque nos quieren hacer creer que lo son, o porque para otros lo son y sin embargo no nos producen dolor, no debemos de tratar de escapar, si nuestra razón no nos lo exige, simplemente serán heridas para otros, pero para nosotros no. Vivimos en un mundo frágil, donde hay tantas opiniones como seres humanos y somos muchos seres humanos. Tu opinión puede ser tan válida como cualquier otra y lo que para otro puede ser un dolor, o un maltrato, o una herida, para uno puede no serlo, bien porque uno tenga más recursos, bien porque no se sea tan susceptible, bien porque aquello no significó nada o no tuvo ninguna repercusión, o porque se es más recio. Es muy oportuno hacernos nuestro propio botiquín y ser un poco médicos de nosotros mismos en lo relativo a las propias heridas. Muchas veces con el propio padecimiento viene la solución y solo hay que tener un poco de valor. Como si de una herida del cuerpo se tratase, hay que aplicar el remedio que nuestra razón, nuestra conciencia, nos dicta necesario (aunque escueza). En mi opinión, en este sentido debemos de tratar de ser médicos de nosotros mismos, porque por más que tratemos de explicar a nadie aquello que nos hace el mal, como es una experiencia personal y por tanto subjetiva, (aunque objetiva para nosotros mismos), es complicado hacerse entender. Y digo que hay que tener valor, porque en ocasiones, salir de esa situación, poner fin a aquella cuestión, acabar con aquel padecimiento, solo es posible si para ello tenemos que emplear métodos “quirúrgicos”, que no los emplearíamos de forma ordinaria en condiciones normales. Esto debe de hacerse de forma que no cause daño o escándalo al otro o a los otros, que no provoque un mal mayor que el que queremos evitar y sinceramente creamos que es la única solución posible cuando la hay, y cuando no la hay, tener la confianza de que uno es más fuerte .

Las otras heridas, las patológicas, las heridas que han supuesto una alteración en nuestra psiquis o desbalanceado el normal funcionamiento de nuestro organismo, para esas, si hay que acudir a especialistas, pues se requiere de ayuda de profesionales, de terapias y las más de los casos también de fármacos. Y evitar el miedo a esos médicos o a esos fármacos, pues hacemos algo parecido para sanar una gripe o cualquier otro padecimiento y no hay porque temerlo y aumentar el estigma, ya que se trata de una enfermedad no deseada.

De ordinario muchas de nuestras heridas pasadas se sanan mediante la oración, para quien es creyente. Y para quien no, mediante la consideración del hecho con una sana autoestima y estima también de quien pudo hacer el mal, que muy posiblemente no es sino otra víctima, otro “herido”, que por estarlo hiere más que sabe curar.

Finalmente es muy recomendable tener fortaleza interior, fortaleza que se obtiene en buena medida cuando se desea, está ahí y hay que hacer uso de ella. Somos más fuertes que aquello que nos dañó, tenemos más recursos. Y hacer un poco oídos sordos a quienes nos quieren “endilgar” un padecimiento que posiblemente no tenemos, porque lo han o lo hemos visto en TV, o tal o cual persona nos quiere hacer creer que tenemos por haber vivido en tal familia, tal suceso, tal experiencia, tal situación.

 

José Luís Medina.

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