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¿Quién es la persona más importante de nuestra vida?

Si el día de hoy se nos preguntase quien es la persona más importante de nuestra vida, con seguridad muchos caeremos en el error de nombrar a nuestros padres, nuestra mujer o marido, nuestros hijos… pero, aunque esto sea en parte cierto, no lo es del todo. Sin hacer de menos lo anterior, nosotros mismos debiéramos de encabezar la lista de las personas más queridas e importantes de nuestra vida y esto no por razón de narcisismo, sino porque objetivamente difícilmente podremos querer a los demás si no nos apreciamos a nosotros mismos, aún por encima de ellos, aunque esto no quita el que estemos dispuestos a sacrificarnos por ellos. 

Solemos hablar poco con nosotros mismos y sin embargo esto, que pudiera parecer causa de alguna patología psiquiátrica, es sin embargo señal de buena salud mental. No son pocas las ocasiones en que nos metemos en verdaderos problemas por hacer más oídos a los demás que a nosotros mismos y sim embargo somos nosotros mismos quienes tenemos más cantidad de elementos de juicio respecto de nuestras vidas y las cosas que nos acaecen.

Un sano aprecio por nosotros mismos y hasta llegar a mimarnos en lo que no daña a los demás, es buena señal de un estado mental saludable, pues si somos capaces y así lo hacemos, de mimar a quienes queremos, porque no hacerlo con nosotros mismos, si de verdad nos queremos. 

Por desgracia muchas veces hemos sido educados de forma que, si nos queremos, si nos atendemos, si estamos pendientes de nosotros mismos, se nos ha hecho creer que es resultado de ser egoístas o narcisistas, pero nada más lejos cuando esto se hace de forma equilibrada y respetando en absoluto a los demás. La ausencia del amor por nosotros mismos es el camino más corto hacia la infelicidad y a una vida con  falta de plenitud y hasta la perdida de la salud mental. Se nos dice en las escrituras que uno de los dos mandamientos principales de la ley de Dios es el amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, pero difícilmente será un amor grande, si no es grande el amor que nos tenemos a nosotros mismos. 

Si yo no me amo, acepto y respeto, difícilmente lo haré con los demás, nadie puede dar lo que no tiene. Es necesario aceptarnos en nuestra imperfección, con lo bueno y con lo malo, con nuestros errores y aciertos, con nuestros éxitos y fracasos. Una sana auto aceptación exige y abarca toda nuestra vida y solo desde ahí puede surgir una forma sana y madura de vivir y de amar, sin por ello dejar de trabajar por superarnos. Esto exige aceptar nuestra historia, nuestro cuerpo, nuestra psicología, todo. Esto no quiere decir que no trabaje por cambiar aquello de mí mismo con lo que no estoy conforme, sino que he de amarme aún con ello y después tratar de mejorar y cambiar. Es necesario tener un diálogo interno frecuente con nosotros mismos y ver si estamos conformes con esa forma de pensar o hay que cambiar algo. Aceptar nuestras emociones como parte de nosotros mismos y tratar de orientarlas hacia lo excelente y así con todo, incluso con los vicios, tratar de orientar todo hacia el bien sin que ello nos robe el aprecio por nosotros mismos. 

Con frecuencia vamos por ahí en piloto automático, sin pararnos a ver con nosotros mismos si vamos bien, si estamos de acuerdo, pero nunca es tarde para comenzar el diálogo con la persona más importante de nuestras vidas. Un rato de meditación, de silencio interior, de escucha atenta todos los días, nos ayudará a ir relacionándonos con mayor afecto con nosotros mismos. Y no sirve decir que no se sabe meditar u orar o escuchar, todos sabemos hacerlo, es como decir que se nos tiene que enseñar a reír o a llorar o a amar, no, se nos puede motivar a ello, pero todos sabemos hacerlo y es necesario hacerlo como cada uno sabemos hacerlo, en la confianza de que dará frutos. Un detalle que es bueno para ayudar a vivir esta sana relación con nosotros mismos es el de no enjuiciar a las personas, aunque podamos hacerlo con los acontecimientos y con los hechos. Es decir, si soy dado a los juicios de los demás también lo haré conmigo mismo y puedo resultar culpable y por lo tanto auto castigarme. Pero si lo que juzgo son los hechos y no a las personas, cuando lo haga conmigo mismo también podré corregir las cosas sin que yo mismo pierda mi propio aprecio.

José Luís Medina.

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