La mujer que abortó, pero también el hombre y cuantos de una o de otra forma intervinieron, unos y otros, con frecuencia sufren momentos de depresión y hasta en algunos casos de desesperación. ¿Dónde está mi hijo? ¿Qué hice? ¿Me amará Dios después de esto?
La fe puede paliar algo esa incertidumbre, ante la esperanza de que aquel niño está en el Cielo, no sufre, está con Dios. Pero sobre todo para la persona que abortó y en concreto para la mujer, siempre está la tentación de la lamentación, “quisiera no haberlo hecho”, necesita poderlo compartir con alguien, que alguien la escuche. Muchas veces estas personas sienten que su pena disminuye cuando hacen algo por algún niño que no es suyo, de alguna forma se sienten redimir, disminuir su angustia y la mejor forma de llegar a ello es conseguir la gracia del perdón de uno mismo, para después poder brindar ese amor.
La parte más difícil y complicada en todo este proceso es la sanación, perdonarse a sí misma, a sí mismo. De ordinario la mujer, aunque no la tenga, suele echarse encima toda la culpa, siente que es de justicia hacerlo así, incluso carga la culpa de los otros que también intervinieron, casi como una especie de castigo merecido. Lo que es conveniente es no negar toda la culpa, pero tampoco cargar del todo con ella. Esto es fácil de decir, pero no hay un método, no existen fórmulas válidas para ello. El mejor modo es la oración, Dios es el único que puede sanar, el único que puede acoger, entender, es quien tiene misericordia, porque es el Padre de las misericordias y en este caso lo que se necesita es más que nada misericordia. Perdonarnos a nosotros mismos, se exige este perdón y si Dios puede hacerlo, no es de justicia que no lo hagamos nosotros mismos, pues Él, si lo hace es porque es bueno hacerlo. Es a base de oración, de diálogo sincero y frecuente con Dios que se puede llegar a sanar, a perdonarse, a volver a vivir, pues fue madre y niño quienes murieron.
Es necesario llegar al perdón. Una mujer que lo vivió en carne propia cuenta que el deseo de ser perdonada y de sanar es el mejor punto de partida. Si hay un deseo sincero de ser perdonada, perdonado, esto es ya el comienzo de la sanación, pues Dios no puede poner ese deseo si no tiene también la facultad de concederlo. Este proceso implica vivir y pasar por el duelo, el duelo es sano, cura, sana, es triste pero necesario. El deseo de perdonarse también es necesario, de no desearlo todo se complica, es casi imposible. Talvez la propia imagen está hecha añicos, hay incluso un deseo de autodestrucción. Dios nos demuestra entonces, cuando acudimos a él que el Perdón va mucho más allá del pecado, que el pecado no es nada en comparación con el perdón, el perdón no está en la misma categoría, es de otro nivel, mucho más alto, es siempre más grande el perdón que cualquier pecado, cuando lo pedimos con humildad. Dios no es un Juez cuando le pedimos perdón. El perdón de Dios y también el de nosotros mismos es necesario, es conveniente, sin ese perdón jamás podremos volver a vibrar ante el sufrimiento y las necesidades de los demás.
Es necesario aceptar que se cayó en la falta, en el pecado, que uno fue culpable, pero ese mismo reconocimiento abre ya la puerta del perdón. La petición de perdón no es necesaria que venga acompañada de muchas explicaciones, la parábola del hijo pródigo es muy explícita al comentar como el Padre no quiso escuchar las explicaciones de su hijo y le abrazó con amor. El perdón sin embargo no quitará el dolor, sin embargo, ese dolor ya no será dañino sino redentor.
El Perdón hacia uno mismo abre también el camino a perdonar a quienes viven una situación parecida. Difícilmente serás capaz de acoger a otros en tu misma situación si no eres capaz de perdonarte a ti mismo, a ti misma. El perdón facilita también la relación con aquél bebé, se exige el perdón hacia uno mismo si se quiere tener un diálogo amoroso con aquél bebé. Esas conversaciones posiblemente estarán cargadas de lágrimas y de dolor, pero si hay perdón, habrá de nuevo esperanza y la esperanza traerá vida.
El perdón no debe de ser buscado solo como satisfacción propia, sino principalmente como base para poder, habiendo sido perdonado, poder de mejor modo acoger y entender a quienes está en la búsqueda del perdón. La paz lograda, abrirá la esperanza a otros de alcanzar también el perdón. Siempre y principalmente es Dios quien sana, pero lo hace con nuestra colaboración. Dios es capaz de decirnos si, puedo y quiero ayudarte, pero no podemos quedarnos para nosotros solos ese perdón.
José Luís Medina