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Consideraciones sobre las heridas sexuales

Hace tiempo una exalumna estudiante de psicología inició en nuestra parroquia un taller de castidad. Aquí en Monterrey hay un buen taller que se llama “La Plenitud de Vivir en Castidad.” A raíz de este taller he visto un incremento de interés en algunos jóvenes de la zona de abordar este tema, lo cual me da mucho gusto dada la sexualización de nuestra cultura. Me encontré a esta exalumna de regreso de misa entre semana y me platicó del taller que ella y una amiga estaban organizando. Interesándome en ello y por la mucha confianza que le tenía, le pregunté qué temas abordarían y me compartió su esquema. Los temas eran interesantes pero vi que los primeros estaban muy enfocados en los pecados sexuales y en la parte negativa de la vivencia desordenada de la sexualidad, aquello que iba contra la castidad y al final el tema de la influencia de las heridas emocionales en las conductas sexuales. Me atreví a hacer una crítica constructiva de su programa y la invité a invertir el orden de los temas. Con esta pequeña experiencia vi que todavía, como Iglesia, partimos mucho de una visión de pecado. No quiero con ello decir que no me interese el tema del pecado o niegue esta realidad, justo el desorden que vivimos en muchas áreas de nuestra vida es fruto de la herida del pecado, pero  me interesa exponer algunas consideraciones para un abordaje más integral de los temas sexuales. 

Tengo casi veinte años trabajando con niños, adolescentes y jóvenes. Últimamente he podido acompañar a varias personas con temas de heridas sexuales. He tocado el dolor de tantos hermanos que experimentan debilidades sexuales, experimentado la crudeza de muchas realidades y presenciado los grandes sentimientos de culpa. Justo cuando más comencé a acompañar estas realidades tuve oportunidad de hacer un diplomado en habilidades psicoterapéuticas y, al abordar el tema de la sexualidad, tuve mayor claridad de lo que veía e intuía. Suelo ser clara y explícita en estos temas porque veo que nuestros jóvenes desean que se les hable abiertamente.  

Compartiendo algunas experiencias personales, recuerdo que desde niña tuve una curiosidad intelectual muy grande y, en tercero de primaria, pregunté a mi mamá cómo era que el óvulo y el espermatozoide se unían pues en el libro de biología no explicaban eso y yo me preguntaba si volaban o cómo era que una célula de la mamá y otra del papá se unían. Mi mamá me explicó con mucha naturalidad y acorde a mi edad por lo que crecí con la seguridad de poder hablar estos temas con mi mamá quien siempre me habló con claridad y sencillez. Al llegar a la adolescencia tenía una profunda convicción que quería mantener mis ojos y mente puros para poder ver el mundo con limpieza de corazón pero sin escandalizarme de las caídas de mis hermanos. Poco a poco, con el paso de los años he ido viendo cómo mientras más clara soy en estos temas con mis alumnos, los jóvenes y adultos con los que trabajo más se les ayuda y se sienten en confianza de hablar; pero también veo que a muchos adultos les cuesta. 

En el diplomado que mencionaba vimos cómo muchas conductas sexuales desordenadas tienen su raíz en experiencias traumáticas o carencias afectivas: abuso, pronta exposición a pornografía o material sexual inadecuado para la edad, falta de afecto, soledad, inseguridad, etc. He visto una y otra vez jóvenes hombres y mujeres enredados en pornografía sintiéndose sucios, indignos y pecadores cuando su primera exposición fue de 7 u 8 años en alguna pijamada o inducidos por primos o hermanos mayores. Así que, ¿cuánta libertad o uso de razón tuvo un niño al comenzar a alimentar una conducta sexual desordenada? 

Una vez esuché un caso de un joven en una situación muy desordenada de infidelidad cuyo origen estaba en memorias traumáticas relacionadas con infidelidades de su padre. Tuvo la dicha de que un amigo con psicoeducación lo invitara a buscar ayuda terapéutica y no solamente espiritual para superar su problema. Su caso me ilustró mucho sobre cómo no debemos tener únicamente una perspectiva moral de una situación, sino ver el caso en su totalidad. Si hay una pérdida de libertad en el actuar debido a circunstancias traumáticas será necesario integrar aspectos terapéuticos y vida de gracia para poder superar la situación de mejor manera y tomar decisiones al respecto, decisiones coherentes con las propias convicciones y estado de vida. Claro que la moral es esencial en la vida e ilumina nuestras decisiones, pero es necesario partir de que todos contamos con una historia hecha de luces y sombras, con grados de responsabilidad diversos, con condicionamientos. Es necesaria una profunda labor de autoconocimiento, formación de la conciencia y discernimiento para poder acomodar cada cosa en su lugar e integrar nuestra persona. Con ello no afirmo que estamos totalmente condicionados, pues creemos en la libertad que se nos ha dado, y, al llegar a ser adultos, somos capaces de decidir qué queremos hacer con nuestros condicionamientos e historia, cómo queremos vivir. 

Cuando una persona carga con una culpa sexual, es necesario hacer la distinción entre la culpa sana y malsana, hay quien identifica la culpa sana con la culpa moral, y la malsana con la culpa psicológica. Son maneras de abordarla. Para nuestro fin manejaremos los términos de culpa sana y malsana.  La culpa sana nos ayuda a cambiar, a tomar decisiones para redirigir nuestra vida, a pedir ayuda cuando no podemos salir de un problema o desorden, a pedir el auxilio de Dios para renunciar al pecado o desorden en nuestra vida. La culpa malsana, nos hace vivir en la angustia, remordimiento, desánimo, nos avergüenza al grado de no decir, vivir en el silencio cargando solos con un problema, pensar que estamos tan sucios que no meremos que Dios pose en nosotros su mirada o que no merecemos su perdón. Yo me pregunto, ¿acaso alguno de nosotros lo merece? No, nadie, Él nos da su amor y perdón gratuitamente y por amor. 

Otro aspecto que quisiera señalar es que a veces somos muy duros con los demás, o con nosotros mismos con las caídas sexuales. Justo también fue mi mamá quien formó en mí una mirada compasiva. Ella me dijo una vez: “A veces somos muy moralistas y juzgamos a la adolescente que se embarazó antes de tiempo o a quien aborta, pero no nos escandalizamos de las condiciones injustas de trabajo, de los sueldos miserables, de las viviendas indignas, y a veces son católicos muy devotos quienes pagan mal o tratan injustamente a sus trabajadores.” O también veamos a Jesús, qué cosas condena más duramente o con quiénes es más duro, lo es con los fariseos o quienes sienten que no necesitan perdón; en cambio, es compasivo con las prostitutas o la adúltera, les habla con delicadeza invitándoles a cambiar de vida. 

Quisiera con estas sencillas consideraciones ayudar a que tuviéramos más compasión y delicadeza a la hora de hablar temas sexuales, a la vez que una mayor claridad y apertura para tratarlos. Ciertamente hay una profunda relación con nuestra condición de pecadores, pero si partimos desde esta fuerte carga, aquellos que han caído antes de tener una conciencia formada y capacidad de elegir libremente cargarán con un mayor peso del que merecen. Si hablamos con mayor compasión podremos conocer mejor cada caso y abordarlo desde una perspectiva integral. Tengamos conversaciones de la sexualidad en un tono positivo, lleno de esperanza, de libertad, pues en el amor no hay temor, porque es una dimensión que Dios nos ha dado para amar y ser amados.  Las debilidades pueden ser superadas cuando se abordan desde el amor, la compasión, la confianza en la misericordia y la disponibilidad para acompañar y ser acompañado. 

EJERCICIO PERSONAL

Para poder tener conversaciones sanas, libres y respetuosas sobre sexualidad debemos preguntarnos cómo fuimos educados y qué tono le hemos dado a estas conversaciones, cuáles son nuestras actitudes presentes ante nuestra sexualidad. Te invito a responder estas preguntas para ver desde donde estás partiendo:

  1. ¿Qué palabras aprendiste de niño para nombrar tus genitales? 
  2. ¿Cuáles son las primeras memorias espontáneas en el ámbito sexual que te vienen de tu niñez?
  3. ¿Cómo obtuviste tu primera información sexual como adolescente?
  4. ¿Cuáles eran las actitudes de tus padres sobre la sexualidad? ¿Qué mensajes recibiste de ellos directamente? ¿Indirectamente?
  5. ¿Cómo te sentías contigo misma cuando eras joven? ¿Qué mensajes te dabas con respecto a la sexualidad?
  6. ¿Con quién podías hablar de tu sexualidad cuando eras adolescente? ¿En quién podías confiar? ¿De quién podías obtener información?
  7. ¿Qué cosas –pensamientos, sentimientos, comportamientos- con respecto a la sexualidad te hacían sentir culpable cuando eras adolescente?
  8. ¿De qué te sientes bien en cuanto a tu comportamiento sexual? ¿De qué te sientes mal?
  9. ¿Cómo te sientes al pensar en tu historia sexual?
  10. ¿Cuáles son tus mayores interrogantes hoy? 
  11. ¿Qué necesita sanación en tu historia sexual? ¿Qué necesita crecimiento? ¿Qué necesita cambio?
  12. ¿Te sientes cómoda usando palabras sexuales?
  13. ¿Cómo manejas tus sentimientos sexuales? ¿Con quién puedes hablar de tus sentimientos sexuales? ¿De tu sexualidad?
  14. ¿Qué esperanzas tienes para el futuro con respecto a tu historia sexual?

Lectura recomendada:

Recomiendo la lectura de este libro que viene presentado en forma de taller, desde un contexto latinoamericano y con muchas preguntas sobre cómo vivimos esta dimensión de nuestra vida:

VALDÉZ CASTELLANOS, El don de la sexualidad (2003), Buena Prensa. 

 Tomadas de Crecer bebiendo del propio pozo, Carlos Rafael Cabarrús. 

 

Hna. Elizabeth Mendoza MC

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