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Tus heridas, son valiosas ¿sabías?

Todos en esta vida, de una o de otra forma, en mayor o  menor medida, tenemos una historia de sufrimiento y de dolor, que solo nosotros conocemos, por más que a veces la queramos compartir. Y en esta historia, en este sagrado arte que es el vivir, estas heridas tienen un valor más importante del que creemos y no de forma negativa sino positivamente. Todo lo que nos ha pasado ha ocurrido por algo y para algo, es producto de unas consecuencias y tiene un sentido. Descubrir el propósito de nuestros sufrimientos, dolores y heridas, no solo emocionales sino incluso físicas, es una labor que nos toca en primera persona y es también labor propia el descubrir su para qué y aprender a vivir con ellas, no digo ya soportándolas, sino incluso apreciándolas, como un tesoro que da mayor valor a nuestras vidas. 

Nuestras heridas y sufrimientos lejos de reportarnos vergüenza, apocamiento o desprecio de nosotros mismos, nos debieran de llevar a tener un sano orgullo por aquel, que soy yo mismo, que ha sido y que es capaz de lidiar con ello, son causa o debieran de serlo, de un mayor aprecio de nosotros mismos, pues si llegamos a apreciar de forma especial a quienes vemos que han sufrido o que sufren por la causa que sea, cuanto no más lo debiéramos de hacer con nosotros mismos, que conocemos aún de mayor modo lo profundo del sufrimiento. 

En mucha medida adquirimos sabiduría cuando somos capaces de ver lo positivo en aquello que de por sí no es deseable. Adquirimos sabiduría y conocimiento cuando somos capaces de manejar la adversidad y no cuando todo es fácil y vivimos entre rosas. Es sano e importante reconocer el valor de la adversidad y no ver aquello que nos hace daño como algo que a como dé lugar he de sacar de mi vida y olvidar, por más que no sea deseable. Puede que sentimientos y emociones nos lleven a querer sacar de nuestra vida, a deshacernos, de aquellos recuerdos o situaciones que nos hicieron daño, pero con todo y que hay que aprender a resolver la situación, esto no significa que aquello no tenga un valor para mi vida, que me avergüence de mí mismo por causa de ello, o que lo quiera sacar de mi vida a como dé lugar. No es sano quedarse atrapado en el pasado o en los sucesos, sin avanzar en la vida, sin hacer uso de ello para crecer. Y me dirán, si es muy fácil decirlo, pero ya quisiera yo verte en mi situación. No estamos negando que aquella situación, aquel suceso, aquella persona, no haya provocado un drama y una situación problemática emocionalmente hablando, sino que con aquello lo que hay que hacer no es nada más deshacernos de ello o aprender a vivir con ello, sino llegar a sacarle el provecho que tiene, usarlo para bien, para que las cosas sean aún mejor, que si aquello no hubiese llegado a suceder y esto es posible y llegar a dar incluso un paso más y apreciarlo, sentirnos orgullosos de haberlo vivido, no de forma masoquista, sino como el alumno que es capaz de aprender. Debemos de apreciar nuestras heridas, estar orgullosos de ellas, sin pedantería, pero si con muchas honestidad para con nosotros mismos. Debemos de esforzarnos porque aquello no nos haga daño, pero no quedarnos ahí, sino encontrar el sentido de aquello y que eso mismo revalorice la propia vida. 

Muchos hemos escuchado contar que, en Japón, cuando un jarrón de gran valor se rompe, los propietarios lejos de deshacerse de los pedazos, lo recogen cuidadosamente y con mucha paciencia y cuidado, los van pegando de nuevo, bien con materiales preciosos o simplemente con pegamento. Una vez compuesto el jarrón, pero incluso durante el proceso de reconstrucción, aquello que parecía que ya no tenía ningún valor, resulta que vuelve a adquirir valor, y que además adquiere ahora un valor nuevo, el valor de su reconstrucción, que conlleva el tesón, la paciencia, el cariño, el amor con que lo hicimos, con que lo hacemos, el coraje de no conformarse con ser uno mismo producto de la fatalidad, sin ser capaz de sacar algo provechoso de la fatalidad. 

Es posible renacer de las propias cenizas, como el Ave Fénix, pero para ello es necesario romper paradigmas, echar a un lado lo que otros piensan, lo que otros dicen, lo que otros hacen, lo que otros omiten hacer. Renacer exige empeño, como con el jarrón, no es fácil, exige paciencia, hay que guardar los pedazos con cuidado, como María, que aún sin entender, “guardaba todo en su corazón”. Renacer significa apreciarse, con todo, con herida y todo, con dolor y todo y no sentir o pensar que hasta que no esté bien no podré ser feliz, pues ya desde el momento en que comenzamos a reconstruir el jarrón, la propia vida, esto tiene para nosotros un valor nuevo, estamos hasta orgullosos de poseer aquellos pedazos y vamos admirando nuestra obra y estando satisfechos, a medida que la vemos recomponerse.

Es complejo y no es fácil reconstruir lo que está roto, pero si de verdad lo apreciábamos, si de verdad significaba algo para nosotros, si queremos que vuelva a tener valor, no podemos quedarnos en el lamento, en la poquedad, en el desprecio de nosotros mismos o de nuestra vida. Mis heridas, mis sufrimientos, mis fracasos, mis pérdidas, debemos de poseerlas y cuando es el caso hasta mostrarlas, como trofeos, como condecoraciones que nos regala la vida, Dios, esto nos da más valor, debemos de estar orgullosos, si somos inteligentes, emocionalmente hablando. Todo cuanto sucede es consecuencia de algo y esto cuando fue consecuencia de algo que estaba fuera de nuestras manos no puede llevar a culparnos y cuando fue por causa de nuestro error, conlleva un gran aprendizaje, como el niño que no llegara nunca a andar si no se cae una y otra vez, como el niño que, si sus hermanitos lo agreden, aprenderá a salir delante de mejor modo y con mayores recursos que aquél otro que estuvo siempre entre plumas y sin obstáculos a su alrededor. 

Vivamos pues nuestra vida, nuestra historia, nuestro drama cuando es el caso, si, con la pretensión de que sea del mejor modo posible, emocionalmente hablando, pero también con la certeza de saber que aquellas situaciones, recuerdos y sucesos no deseables son como un tesoro para nuestras vidas, son un plus y no una merma, dan más valor a nuestras vidas. 

José Luís Medina.

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