Noticias

Las obras de misericordia

Obras de misericordia y la sanación de las heridas emocionales

  • Dar de comer al hambriento
  • Dar de beber al sediento
  • Vestir al desnudo
  • Dar posada al peregrino
  • Visitar al enfermo
  • Visitar a los presos
  • Enterrar a los muertos
  • Enseñar al que no sabe
  • Corregir al que se equivoca
  • Dar buen consejo al que lo necesita
  • Soportar con paciencia los defectos de los demás
  • Perdonar las ofensas
  • Consolar al triste
  • Rezar por vivos y difuntos

Al leer la lista de las obras de misericordia, 7 corporales y 7 espirituales, me he preguntado si el simple hecho de realizarlas, constituye un acto de amor misericordioso. Es decir: el dueño de un hotel o posada, al hospedar a un viajero, ¿realiza una obra de misericordia? El profesor que enseña a sus alumnos, el padre de familia que corrige a sus hijos, el médico que visita a sus pacientes, ¿hace una obra de misericordia? La respuesta evidentemente no es sencilla. No se puede generalizar y mucho menos juzgar, porque no conocemos qué hay en el corazón de cada uno. Lo que sí podemos afirmar, es que, la obra en cuestión, por sí sola no constituye una obra de misericordia. Para que una obra pueda ser de misericordia, requiere precisamente de la misericordia. Obra + Misericordia = obra de misericordia. La obra requiere la misericordia, y la misericordia ha de manifestarse en obras.

Queda claro que para dar de beber, hay que tener agua; para dar de comer, se requiere comida; para enseñar se requiere saber; para ser hospitalario se necesita tener una casa. Es decir, para dar hay que tener. Porque, ¿cómo podría alguien saciar el hambre y la sed afectiva de otro, cuando se experimenta en la propia persona una gran necesidad de amor, e incluso a veces una ausencia del mismo?

Cuando hablamos de misericordia, atendiendo a su etimología (miser-corde), necesariamente hemos de referirnos al corazón (corde) y a nuestra indigencia (miser). Es decir, a la vida afectiva, a la capacidad de amar y ser amados, al mundo de los sentimientos y emociones de la persona. Así fuimos creados: a imagen y semejanza de Dios. Dios es amor. El hombre ha sido creado por el amor y para el amor. Existimos para amar y para ser amados. Desde el inicio de nuestra existencia, tenemos necesidad de ser amados, aceptados y saber que pertenecemos a un grupo (familia, amigos, comunidad). Y nuestro corazón, como un recipiente flexible, cada vez que recibe amor, se llena y se expande. Y tiene en su interior amor para dar. Pero cuando, por el contrario, no se sabe o no se siente amado, se vacía y se contrae esa capacidad de amar. Y cuando el desamor se manifiesta en rechazo, humillación, injusticia, abandono o traición, porque alguien nos trata así, o porque una palabra, gesto o actitud de otro así lo interpretamos, no sólo se vacía nuestro corazón, sino que se produce en él una grieta, que hace que el amor que queda se derrama, dejando en su lugar vacío, sufrimiento, infelicidad, miseria. A veces esas grietas son muy grandes, muy profundas, muy variadas. 

Entonces la persona tiene, desde el punto de vista afectivo, hambre y sed de amor de comprensión y de paz; se siente desnudo como Adán en el paraíso después de su acto de desamor; como que no encaja en ningún lugar (forastero);, con insomnio, inapetente, con dolor (enfermo); atorado en recuerdos, emociones, angustias y problemas que parecen sin salida (preso); desanimado, desilusionado, decepcionado, haciendo las cosas sólo por obligación (muerto en vida); sin saber qué hacer; tomando malas decisiones, errando el camino una y otra vez; de mal humor, irritable, hiriendo a los demás, justificando nuestra amargura por nuestra historia y descargando en los demás nuestras penas (defectos y ofensas); y con una profunda tristeza que a veces se esconde tras la sonrisa, la carcajada o la actividad frenética. Es entonces cuando las obras de misericordia cobran un nuevo sentido: necesitamos que alguien sacie esa sed de amor, que alguien nos comprenda, que alguien nos visite y nos vista con su cariño, que alguien nos muestre el camino, que alguien nos ayude a sanar. 

La buena noticia es que ese alguien existe: es Dios mismo. Él es el “que hace justicia al huérfano y a la viuda, que ama al forastero y le da pan y vestido” (Dt 10, 18); quien promete: “al que tenga sed, yo le daré del manantial del agua de la vida gratis” (Ap 21, 6); quien nos invita a no preocuparnos ni por el alimento ni por el vestido al decirnos: “Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos.

Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso” (Mt 6, 25-32); quien nos dice: “El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed” (Jn 6, 35); quien quiere hospedarnos en su casa: “En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros” (Jn 14, 2s); el que “sana los corazones quebrantados y venda sus heridas” (Sal 146, 3); aquel que ha sido enviado para “anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad” (Is 61, 1); el que frente a la muerte afirma: “porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día” (Jn 6, 40); quien como Maestro, nos dice: “Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí” (Jn 6, 45); quien “reprende a quien ama, como un padre a su hijo amado” (Prov 3, 12); quien nos pide: “Escucha el consejo, acepta la corrección y al final llegarás a sabio. El hombre hace muchos proyectos, pero sólo se cumple el plan de Yahvé” (Prov 19, 20s); es el que “no se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión” (IIPe 3, 9); “Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero” (IJn 2, 2); el que nos dice: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt 5,5); aquel por quien podemos decir: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios” (IICor 1, 3s).

El Señor quiere y puede sanar nuestras heridas, ya que como lo anuncia el profeta Isaías (53, 5): “por sus heridas hemos sido sanados”. Él es la misericordia en persona. Sus palabras y sus obras, son las más grandes obras de misericordia. Por lo tanto, acerqémonos a Él con confianza, con esperanza, con fe. Como cuando “al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: «¿Creéis que puedo hacer eso?» Dícenle: «Sí, Señor.» Entonces les tocó los ojos diciendo: «Hágase en vosotros según vuestra fe.»” (Mt 9, 28s). 

Él quiere y puede sanar nuestras heridas. Y el modo ordinario de obrar, es a través de instrumentos o mediaciones. Por lo que, además de acercarnos al Señor, hemos de estar atentos al modo como nos hace llegar su amor, a través de personas, acontecimientos y cosas. Y aprovechar los recursos que se nos ofrecen y están a nuestro alcance. 

Frente a nuestras heridas, a nuestra historia, hemos de ser responsables y buscar activamente emprender un camino de sanación. De la mano del Señor y buscando los recursos disponibles. Let´s Rewind es un gran ejemplo de recurso disponible, integral y eficaz.  Hacer este camino de sanación, emprenderlo y perseverar, será una gran obra de misericordia hacia nosotros mismos. Y nuestro corazón se irá llenando de amor, de misericordia, con lo que nuestras palabras y acciones, hasta las más sencillas, serán también, obras de misericordia. Y escucharemos decir de nosotros:

“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7). Que así sea.

 

P. Óscar Lomelín (Asesor Eclesiástico de Let’s Rewind).
(Conócelo más)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *