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Saberse perdonar

El perdón hacia uno mismo debiera de ser algo elemental, sobre todo cuando por gracia o por desgracia hemos vivido situaciones en las que nuestra conciencia nos señala como culpables. Pero Dios tiene otra forma de interpretar las cosas “donde abundo el pecado sobreabundó la gracia”. San Pablo es un claro exponente de como deberíamos de afrontar nuestras propias debilidades y pecados “Cuando soy débil es cuando soy fuerte”. ¿Y quiere decir esto que hemos de permanecer indiferentes ante los hechos de nuestra propia vida que nos entristecen y nos avergüenzan? Nada de eso, precisamente porque nos entristecen y nos avergüenzan, es señal de que no estamos de acuerdo con ellos y que ese no estar de acuerdo es ya el germen de la conversión y el cambio de vida. Nadie que peca o que comete algún delito y permanece indiferente se puede decir de él que está inconforme con aquello que hizo, antes bien esa misma indiferencia es señal de que aquello le da igual y que de buena gana volvería a cometerlo, pues su conciencia nada le reprocha. Pero para quién por causa de sus debilidades y pecados pasados, su conciencia le señala aquello como algo que no estuvo bien, que hay que corregir, ese ya está en buena dirección, en buena actitud, por más doloroso que sea el sufrir los embates de la propia conciencia y tarde que temprano se hará fuerte ante ese dolor y ya no le supondrá nada.

Y sin embargo, decía al inicio que Dios lo ve de otra forma. De siempre hemos oído y creo que nadie podría cuestionar el que Dios ama al pecador. Y al decir al pecador, fijémonos bien, no dice al pecador que se convierte, sino que ama al pecador, así, sin glosa. ¿Y si Dios es capaz de amarnos, así, como somos, porque hemos de poner reparos en amarnos nosotros a nosotros mismos? Lo que pasa es que, en nuestra soberbia herida, no podemos digerir el haber fallado, el no ser ya perfectos, de esto somos muchos conscientes y con  conocimiento de causa, no por oídas o por estudios. 

Si a cualquiera se le preguntara si odiaría o guardaría rencor hacia una persona que cometió una o muchas faltas, grandes o pequeñas, pero que se arrepintió de ello y dándose cuenta de ello está dispuesto a hacer lo posible por cambiar, creo que mala sería la persona que diría: no, si la hizo que la pague, no tiene derecho a perdón; pues entonces no seamos malos para con nosotros mismos y estemos dispuestos a acogernos con respeto y cariño, pues más bien se puede sacar de ello que del rencor y del odio. Perdonate a ti mismo como lo harías con un hijo que se arrepiente, con un amigo que está dispuesto a cambiar, con un esposo o esposa que te demuestra que se equivocó, pero que ya cambió. Perdonate, si no puedes por ti mismo, hazlo por los demás, pues flaco favor haces al mundo si no te sabes perdonar.

El evangelio está lleno de referentes a lo mismo el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”, “¿Mujer nadie te ha condenado?, pues tampoco yo te condeno”, “Si tu hermano peca siete veces o setenta veces siete, perdónalo”, Pedro, el primer Papa pecó, los apóstoles todos le traicionaron de una u otra manera, pero luego cambiaron y los recordamos como grandes. Nuestros primeros padres pecaron y desde entonces traemos, TODOS, el germen y la inclinación al pecado. Solo Judas se arrepintió, pero pensó que su pecado no tenía perdón y el se enjuició y fue su propio verdugo, en contra del amor de Dios.

Así pues, tomemos conciencia de que perdonarse es perdonar. Si aprendemos a perdonarnos a nosotros mismos, nos será más fácil perdonar a otros. Si no podemos perdonarnos a nosotros mismos como vamos a saber perdonar a otros. 

Pero la cuestión es que, si, está muy bien todo esto, pero, ¿Como hago para superar la tristeza, para superar la angustia, la culpa, la congoja, el miedo? Pues nada, no tienes que hacer nada, no tenemos que hacer nada más que sufrirlo con paciencia sabiendo que así está bien, que nada está mal. La mejor forma de lidiar con ello es precisamente no queriendo sacudírselo, pues precisamente esa congoja, esa tristeza, ese miedo, esa tristeza son los indicadores que me dicen que estoy bien, que he aprendido o estoy aprendiendo la lección, que estoy de alguna manera con ello, ayudándome y ayudando a otros a no volver a caer ahí y por tanto a estar fuera de ahí. Cuando queremos a como dé lugar quitarnos ese sentimiento de culpa, de dolor, de pena, de tristeza, le añadimos al hecho un plus que no le corresponde, es decir, la pena y todo lo demás es de justicia y buena señal, pero querer quitárselo para estar bien es ir en contra de la razón, del orden, de lo bueno. Quiero decir que si estamos convencidos que aquello que hicimos no estuvo bien, haberlo hecho nos tiene que causar pena y tristeza y por tanto eso está bien, sufrir está bien, no está mal. Y desde ahí, desde esa pena y esa tristeza, sin querérnosla sacudir, vamos a aprender a vivir de nuevo “tampoco yo te condeno (y esto lo decía Dios), vete y no peques más” Y claro, para esa mujer se abrió de nuevo la esperanza, se hizo de nuevo el día, volvió a quedar limpia de su pecado, porque, aunque tenía memoria de él, se dio cuenta de que nadie le tiró la primera piedra y se dio cuenta también de que tampoco la condenaba el Único que, si la podía condenar, por no tener Él pecado.

Perdonarnos a nosotros mismos es en ocasiones difícil, a veces muy difícil, pues, aunque estamos dispuestos al perdón, sin embargo, otros no lo están y ello nos confunde hasta hacernos pensar que somos culpables ya para siempre, irremediablemente. Sin embargo, que gran lección nos trae el que pasemos por todo esto, que sabiduría. Sabiduría sobre los demás y sobre nosotros mismos. Experiencia del perdón de Dios: “Rápido, pónganle un anillo y sandalias nuevas y hagamos una fiesta, porque este hijo mío.

Ojalá aprendamos a no querer sacudirnos el dolor por haber pecado, a vivirlo hasta con gusto, pues dice mucho de mi conversión, de mí no estar de acuerdo, mi dolor dice que soy ya inocente, si estoy dispuesto a cambiar “Vete y no peques más”. Con el tiempo ese dolor se hace carne de uno mismo y ya no duele, si, está ahí, pero ya no duele. Pero cuando queremos quitarlo a toda costa, como si fuese algo malo, entonces las cosas se complican, porque ese dolor no es algo malo, es doloroso, pero no es malo. Es como el dolor del parto, de ahí saldrá algo bueno y con el tiempo ya no me hará sufrir, sino que lo veré como una bendición. 

Las más de las veces nuestro sufrimiento no viene por no poder perdonarnos, viene por causa de las consecuencias que traen nuestros actos. De ordinario no es fácil de gestionar, pero si nos mantenemos firmes en la fe y en una sana autoestima y si nos apreciamos más, porque Dios nos aprecia, que nos despreciamos, porque quien no ama nos desprecia, todo volverá a su lugar. El pecado puede traer algo mejor que si no hubiésemos caído en esa falta, en esa debilidad, pues ese es el sentido del porqué Dios permite el mal, porque saca cosas buenas de lo malo, incluso mejores que de no haber habido ese mal. 

Recuérdalo: si te duele aquello que hiciste mal, eso es bueno, no malo.

Si te apena, si te entristece, incluso si te angustia y te causa temor, eso es bueno y no malo, todo está bien, no te sacudas eso, todo pasara, todo va a estar bien, de hecho tu dolor dice que ya está bien.

Perdonarnos no significa pasar por alto los hechos, o perder la memoria, Perdonarnos significa sobre todo aceptarnos tal como somos, estemos ya avanzados en el proceso de conversión o solo al principio e incluso solo decididos a iniciar el cambio. Perdonarnos es evitar dictar sentencia sobre nosotros mismos, ya que esa sentencia solo le corresponde al que es COMPASIVO Y MISERICORDIOSO. La clave del auto perdón reside en el autoconocimiento, así, quien se conoce bien puede saber mejor perdonarse, pues sabe a quién es al que hay que perdonar. El precio del perdón es el trabajo interno, la conversión, pero una vez decididos a esto, la culpa, la pena, la tristeza, ya son lo de menos. Recordemos que la oscuridad en si no es nada, no es más que ausencia de luz y de igual forma la culpa en si no es nada,  si hay deseo de conversión. 

José Luís Medina.

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